Daniel Woodrell

Daniel WoodrellPese a ubicarse en el corazón de Estados Unidos, las montañas Ozarks constituyen una de las regiones más desconocidas fuera del país y más ignoradas – algunos dirán deliberadamente – dentro de él. Originalmente poblada por inmigrantes escoceses, irlandeses y alemanes a comienzos del siglo 19, su aislamiento geográfico produjo una cultura al margen de la aventura fronteriza de los demás colonos, pero también del gobierno central y sus leyes.

Hoy, hablar de los Ozarks es hablar de pobreza (su ingreso promedio son 22 mil dólares al año), un individualismo típicamente estadounidense aunque carente del optimismo infantil de ese mismo discurso político, y una cultura de relatos orales y baladas traídas desde el otro lado del Atlántico  que perduran intactas al son del banjo y el violín en este enclave, uno de los paisajes más majestuosos de Norteamérica.

Dada su reputación, es difícil pensar que los Ozarks puedan generar a un escritor que trascienda la literatura regional y cuya obra reclame un espacio en el imaginario estadounidense que la misma región jamás ha tenido. Durante un cuarto de siglo, Daniel Woodrell se ha hecho ese espacio. Primero con una aceptación crítica que sin embargo no se reflejaba en ventas, pero últimamente mediante esa credibilidad que genera el ser descubierto por mucha gente al mismo tiempo: críticos, otros escritores, Hollywood y, por supuesto, nuevos lectores.

Escena de Winter's Bone (2011)La primera novela de Woodrell que leí fue Give Us a Kiss (Danos un beso), subtitulada por el mismo autor como un «country noir». La etiqueta lo ha perseguido desde entonces, pese a que el intento de amalgamar el género negro con el lado más crudo del Estados Unidos rural no captura la riqueza del universo de Woodrell. Detrás de esa anomia en que se mueven sus personajes, methheads, campesinos y gente que intenta escapar de los Ozarks solo para terminar volviendo, se encuentra un mundo que siempre ha sido parte del país y sin embargo le resulta tan extraño al mainstream como sus enemigos de turno en Medio Oriente.

Give Us a Kiss es la quinta novela de Woodrell y la primera que sitúa en los Ozarks de Missouri. La historia de un escritor que regresa a la región en busca de su hermano fugitivo de la justicia me introdujo a un mundo que se repite a lo largo del país. Una vida de existencias precarias, a un sueldo o una enfermedad de distancia del colapso económico, a una palabra o un malentendido de distancia de un desenlace inevitablemente violento.

Woodrell es más conocido por los largometrajes inspirados en sus novelas: la fascinante y a la vez opresiva Winter’s Bone, nominada al Oscar a la mejor película el 2011, y el Western revisionista Ride With the Devil (Cabalga con el diablo), dirigida por Ang Lee. El hallazgo de Woodrell ha permitido a cientos de miles de lectores y espectadores conocer un mundo y con el descubrir y redescubrir a muchos otros autores que lo han descrito con maestría, nombres como Larry Brown (Amor malo y feroz), Harry Crews (Cuerpo), Barry Hannah (Como almas que lleva el diablo *), Breece D’J Pancake (Trilobites), Scott Wolven (Fuego controlado), Donald Ray Pollock (Knockemstiff) y otros notables aún sin traducir como Bonnie Jo Campbell (finalista del National Book Award por su desgarradora colección American Salvage), Chris Offutt (más conocido actualmente por sus guiones para la serie de HBO, Treme), William Gay y Pinckney Benedict.

Si algún editor quiere seguir invitando a sus lectores a mirar por la ventana que han abierto Pollock o Brown, no se va a equivocar si adquiere los derechos de los autores que menciono y, como no, de las obras de Woodrell.

(*) Una buena introducción a Hannah es este artículo de Juan Forn.

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Vidas sin contexto

Montana stars, foto de Trevor Hayes

(Tomado de la autobiografía de Alfred Bertram Guthrie, Jr., ganador del Premio Pulitzer de Literatura en 1950)

«- Vidas sin contexto,- dijo alguna vez Jake Vincour. (…)

Nos sentamos sobre el pasto en mi hogar en las montañas, bajo estrellas cercanas, y alrededor y a lo lejos estaban las luces y las sombras de una noche de Montana. Era una hora sin viento. Incluso los álamos aledaños se erguían despreocupados, dormidos sin pies. En alguna colina lejana un coyote cantaba profundizando el silencio. Y me pareció que Jake había resumido todo lo que habíamos hablado en tres palabras.

Era una buena ocasión, pensé, esta ocasión de silencio y observación, esta rara ocasión de unión perceptible con el universo, estos minutos escapados de un reloj. Adelante y atrás, primero y último, venir y haber ido y venido, ¿qué eran todas esas cosas? El pasado y el futuro y ahora, donde ahora ya no era ahora, porque dejó de serlo al ser pensado, bajo las estrellas eternas que puede que también se encontraran bajo sentencia de muerte. El tiempo era intemporal y, por lógica, entonces era nada, la gran nada que era el todo lo que era la nada.

Minutos, horas, días, siglos, no eran más que nombres, inventos humanos para marcar el movimiento de una hoja y el vaivén de soles distantes. En la intemporalidad existían los muertos y los vivos y los que no han nacido, todos en un contexto que Jake pudo o no intentar sugerir.»

— A. B. Guthrie, Jr., The Blue Hen´s Chick (1965)

Y aquí el texto original:

«Lives without context,’ Jake Vinocur once said.  (…)

«We sat on the grass at my mountain home, under close stars, and around and away were the lights and shadows of a Montana night.  It was an hour of no wind.  Even the nearby aspens stood unworried, asleep without feet.  On some far hill a coyote sang deepening silence.  And it seemed to me that Jake had put into three words all we had spoken.’

«This time was good, I thought, this time of silence and seeing, this rare time of felt union with the universe, these minutes escaped from a clock.  Ahead and behind, first and last, to come and have come and gone–what were they?  The past and the future and now, where wasn’t now now, because it slid back in the thought of it, under eternal stars that might be under death sentences, too.  Time was timeless and, by logic, then nothing, the great nothing that was the everything that was nothing.’

«Minutes, days, months, years, centuries–they were no more than names, human inventions to mark the turn of a leaf and the swing of far suns.  In timelessness existed the dead and the quick and the unborn, all in context that Jake may or may not have meant to suggest.»

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James M. Cain

(Artículo aparecido en La Tercera)

La novela «perdida» del autor de Mildred Pierce

The cocktail waitress sale a 35 años de la muerte de James M. Cain.

por Gonzalo Baeza, Washington

Ilustración de Michael Koelsch

Publicar una novela póstuma siempre es un riesgo. En el mejor de los casos, puede resultar un hallazgo. Pero la mayoría de las veces no pasa de ser una curiosidad. La publicación del último manuscrito de James M. Cain, uno de los fundadores de la novela negra americana con Raymond Chandler y Dashiell Hammett, es más bien un hallazgo.

Titulada The cocktail waitress, la novela “perdida” del autor de El cartero siempre llama dos veces acaba de salir en EE.UU. bajo el sello Hard Case Crime.

Para su editor, Charles Ardai, quien pasó nueve años rastreando el manuscrito, Cain es un autor cuya influencia trasciende a la novela negra. “Albert Camus dijo que su obra maestra, El extranjero, fue inspirada por Cain, mientras que Tom Wolfe lo ha considerado superior a Hemingway”, dice Ardai a La Tercera.

Admirado por James Ellroy, quien resalta el “fatalismo aplomado” de su obra, Cain murió hace 35 años, el 27 de octubre de 1977. Sus novelas suelen ser testimonios de personajes lacónicos, indiferentes al mundo , pero presos de sus circunstancias, impulsados a cometer un crimen por motivos que ni ellos pueden explicar.

Nacido en 1892 en Annapolis, Maryland, Cain quería ser cantante de ópera como su madre, Rose Mallahan. Pero ella misma lo disuadió, porque no sería lo “suficientemente bueno”.

Dado de baja del Ejército en 1917, Cain trabajó como reportero para The Baltimore Sun, diario editado por Henry Mencken, quien publicó algunos de los primeros cuentos de Fitzgerald, Hammett y Eugene O’Neill.

En 1932 firmó con Paramount como guionista. Al igual que Faulkner o Fitzgerald, no tardó en chocar con la burocracia de los estudios y los productores que reescribían sus guiones (en 15 años apenas logró que le produjeran tres libretos). Atizado por Mencken, a los 42 años publicó su primera novela, El cartero siempre llama dos veces. La historia de una femme fatale que seduce a su amante para que mate a su marido fue un éxito de ventas, pese a ser censurada en partes del país por su contenido supuestamente obsceno. Sería el comienzo de una obra marcada por temáticas provocadoras para una sociedad aún puritana y novelas hoy canonizadas como Pacto de sangre (llevada al cine por Billy Wilder) y Mildred Pierce, convertida en serie por HBO con Kate Winslet.

The cocktail waitress, escrita poco antes de su muerte, transita entre lo escabroso y lo poético. El relato en primera persona de Joan Redford, joven acusada de matar a su primer y segundo marido, evoca el melodrama de sus primeras novelas, así como su singular prisma fatalista y amoral. Ambigua, inquietante e incluso adelantada en su tratamiento de la obsesión sexual de sus personajes, la novela ha recibido críticas mixtas. The Wall Street Journal la calificó de “rápida y absorbente”. Michael Connelly, en The New York Times, anotó que si bien la historia no convence, “como corresponde al punto final de una larga y significativa carrera, Cain salva su mejor giro en la última página de su último libro”.

El editor Ardai dice que había una deuda con el escritor: “Todo autor que ha escrito sobre adulterio y femmes fatales después suyo tiene algo de Cain”.

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Medio Oeste (I)

Midwest Corn Field, foto de Steve Gadomski

«El cielo gris del Medio Oeste daba un tinte oscuro a los maizales quemados por la nieve.  Conduciendo por sus caminos vacíos, Carlos aún podía apreciar la belleza de esos suelos fértiles creados por glaciares prehistóricos hace miles de años. La tierra seguía siendo joven, pero como región ya nada tenía que ofrecer a los granjeros convencidos a golpes de que era más rentable trabajar por el sueldo mínimo que mantener la tradición familiar de plantar maíz. En el horizonte interminablemente plano, sólo un par de tallos cafés como dientes podridos se mantenían verticales en una pantomima de vitalidad prolongada a punta de fertilizantes».

— De Cascadia Palisades, un cuento de La ciudad de los hoteles vacíos (Amargord Ediciones, Madrid, 2012)

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Simenon en Estados Unidos (1945 – 1955)

II. La reinvención de Simenon.

Pese a que su plan era emigrar a Estados Unidos, mientras tramitaba la autorización para viajar Simenon descubrió que era mucho más fácil obtener una visa para Canadá. Con la ayuda de la embajada belga logró la anuencia del gobierno provisional francés para partir a Quebec. A sus 42 años, Simenon dejaba Europa para reinventarse, aunque no necesariamente como escritor. Hacía unos años había pactado con su mujer convivir en un matrimonio abierto que le permitiera saciar lo que describiera en una carta a su amigo André Gide como sus “apetitos”. Al poco de asentarse en el pueblo de Saint-Marguerite-du-Lac-Masson, a 30 millas de Montreal, Simenon comenzó a explorar los burdeles de la región así como a viajar frecuentemente a Nueva York. Con su nueva vida ponía fin a lo que según Simenon fueron veinte años de represión motivada por su miedo a hacerle daño a su familia. Como le confesara a Gide, “Tal vez eso es lo que le dio a mi obra aquel tono (…) de fría, clara desesperación” en la que viven sus personajes, particularmente en las novelas de corte existencialista y negro que han pasado a ser conocidas como sus romans durs.

En un viaje a Nueva York, Simenon conoció a quien sería su segunda mujer, Denyse Ouimet. Su relación inspiraría otra de sus novelas, Tres habitaciones en Manhattan (1946) y al poco tiempo Ouimet, contratada como su secretaria personal, se iría a vivir junto al escritor y su familia. Tres habitaciones… inicia el “período americano” de Simenon, celebrado por críticos y biógrafos como uno de sus más fructíferos en términos puramente literarios. Para el prolífico autor, cada novela era una oportunidad de superarse y, aunque lo negara públicamente, darle a los críticos franceses esa novela “seria” que hacía rato esperaban. Es decir, una obra que lo ayudara  a desechar, en palabras de Gide, su “peligrosa reputación de autor de novelas criminales, un género sospechoso y desacreditado que lo confina a los suburbios de la literatura”.

Esta aspiración se expresa con furia en una carta de 1948 a su editor, Sven Nielsen, quien tuviera la osadía de sugerirle que pospusiera la publicación de su novela autobiográfica Pedigrí (1948) y se concentrara de momento en producir más títulos de su exitoso personaje, el inspector Maigret.

Simenon comparó la solicitud de Nielsen con la que “un ferretero le haría a un proveedor” y le hizo saber cómo, a pesar de su fama de novelista popular, él tomaba su escritura muy en serio. “No voy a escribir Maigrets para ganar dinero en forma rápida y a cualquier costo”, dijo a su editor, quien se encontraba preocupado por el mal momento que vivía la industria editorial francesa tras la Segunda Guerra Mundial. “Según lo determine mi inspiración, voy a continuar calmadamente el trabajo que comencé hace veinticinco años, confiado en que los períodos de baja temporales sean compensados por períodos de alza, tanto para mí como para mi editor. No espero despegar inmediatamente. No estoy manufacturando jabón o pasta de dientes”.

Contratado por France-Soir para escribir una serie de crónicas sobre la Costa Este de EE.UU., Simenon comenzó a recorrer el país. El viaje lo llevó a mudarse a Florida y eventualmente a deambular por los estados sureños rumbo al Oeste. Fascinado por el clima del desierto, finalmente se asentó en Tucson, Arizona, lugar que le cambiaría la vida.

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Simenon en Estados Unidos (1945 – 1955)

I. El día que Simenon huyó de Francia.

Agobiado por el clima de delación, purgas y ajustes de cuentas de la Francia de la postguerra, Georges Simenon decidió emigrar a Estados Unidos en el verano de 1945. El escritor belga era blanco de múltiples investigaciones por su supuesto colaboracionismo con las fuerzas de ocupación alemanas. Las acusaciones más graves eran rumores infundados y las menos serias provenían del haber escrito artículos de carácter no político para publicaciones afines al régimen de Vichy. Simenon intentó defenderse por medios legales, pero aunque los ataques carecían de fundamento, le resultaron difíciles de desmentir y menos acallar.

Poco antes de partir, su hermano Christian, a quien apenas menciona en sus múltiples memorias y autobiografías, se juntó con Georges en París para pedirle consejo. Christian, quien pasó la guerra en la Bélgica ocupada, huía de las nuevas autoridades dada su militancia en el movimiento Rex, organización fascista belga que colaboró con el nacionalsocialismo e incluso envió voluntarios a pelear a la Unión Soviética. Enfrentado a la disyuntiva de entregarse, asilarse en países como la España franquista, o enrolarse en la Legión Extranjera, su hermano mayor le aconsejó que hiciera lo último. Concordaron que era la única alternativa que le permitiría a Christian salvarse de una inminente ejecución y limpiar en cierta medida su nombre ante los nuevos gobiernos democráticos de Francia y Bélgica. El hermano menor de Simenon pasó a llamarse Christian Renaud y moriría peleando por la Legión en Tonkin, Vietnam. Este episodio fue la inspiración de El fondo de la botella (1949), novela de Simenon que transcurre en Arizona y describe la relación entre dos hermanos, uno de los cuales acaba de escapar de la cárcel y necesita ayuda para cruzar la frontera con México.

La acusación que pendía sobre Christian terminó por convencer a Georges que, pese a su propia inocencia, debía escapar de Francia. Su primera esposa, Tigy, ha comentado con posterioridad que otro de los motivos de Simenon para mudarse a EE. UU. radica en su fascinación por escritores como Faulkner, Hemingway y Erskine Caldwell. El belga se sentía un autor consagrado en Europa y quería medirse con sus símiles estadounidenses, que más que escritores  eran considerados verdaderas estrellas en su país. Sea cual sea la convergencia de razones que llevó a Simenon a vivir por una década en  Estados Unidos, lo concreto es que llegó a Norteamérica junto a Tigy y su hijo Marc como tantos otros: huyendo.

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