«El cielo gris del Medio Oeste daba un tinte oscuro a los maizales quemados por la nieve. Conduciendo por sus caminos vacíos, Carlos aún podía apreciar la belleza de esos suelos fértiles creados por glaciares prehistóricos hace miles de años. La tierra seguía siendo joven, pero como región ya nada tenía que ofrecer a los granjeros convencidos a golpes de que era más rentable trabajar por el sueldo mínimo que mantener la tradición familiar de plantar maíz. En el horizonte interminablemente plano, sólo un par de tallos cafés como dientes podridos se mantenían verticales en una pantomima de vitalidad prolongada a punta de fertilizantes».
— De Cascadia Palisades, un cuento de La ciudad de los hoteles vacíos (Amargord Ediciones, Madrid, 2012)