En diciembre, los suplementos literarios suelen publicar listas de los libros más destacados del año. El supuesto es que cada año hay suficientes obras como para construir listados de hasta 100 títulos y entrevistar a distintas personalidades de la industria editorial sobre sus preferencias. El tiempo es quien mejor calibra esos rankings de calidad literaria, pero aún cuando muchos libros aplaudidos son olvidados en cuestión de meses – basta con revisar las listas anteriores – hay años particularmente fructíferos. Al menos para la literatura anglosajona, uno de esos años fue 1922, cuando se publicó, entre otros, el Ulises de James Joyce, La tierra baldía de T.S. Eliot y Hermosos y malditos de F. Scott Fitzgerald.
Junto a ese ranking subjetivo se encuentran las listas de los libros de mayor venta. En Estados Unidos, el título más vendido de 1922 fue uno que nadie recuerda: Si llega el invierno, del británico Arthur Stuart-Menteth Hutchinson. Precedido de un éxito similar en el Reino Unido, relata la historia de un veterano de la Primera Guerra Mundial que no logra adaptarse a la vida de los suburbios y se debate entre salvar su matrimonio o escapar con otra mujer.
Tratar la disolución de una familia, en especial de la forma melodramática en que lo hizo Hutchinson, era controversial para la época. La angustia suburbana emergía como un tema recurrente en la literatura, en la medida que la población de las mismas urbes crecía y el acceso a los libros se masificaba. Tan solo tres años después, William Dudley Pelley, otro autor en su momento popular y hoy olvidado, publicó la novela Drag, cuyo título alude al «peso muerto» que significan la familia y el matrimonio para el joven periodista que protagoniza la historia (*). Tanto la obra de Hutchinson como la de Pelley fueron adaptadas al cine en películas casi tan olvidadas como las obras que las inspiraron.
Pese a sus cuestionables méritos literarios, es muy posible que, como buenos best-sellers, estas novelas hayan hecho algo más – y a la vez más simple – que capturar el zeitgeist de su época. Tal vez su principal logro sea el contar una historia entretenida, en el entendido que el concepto de «entretención», en especial en literatura, es bastante más volatil que los valores pretendidamente perennes que se suele atribuir a las obras de, por ejemplo, el canon de Harold Bloom. Esta característica del best-seller debe mucho a la novela serial de fines del siglo 19 y comienzos del siglo 20, con su apelación a la emoción pasajera y su multiplicidad de episodios y subtramas que desvían temporalmente el camino hacia la resolución del argumento (por lo general, una restauración del orden o al menos una conclusión predecible que satisfaga las expectativas de un lector que busca distraerse y, a lo sumo, reafirmar prejuicios y convicciones).
Según Jonathan Gottschall, autor de varias obras sobre la relación entre literatura y evolución, la predilección de muchos lectores por las novelas centradas en el argumento es la manifestación de una necesidad evolutiva de entender el mundo a través de relatos. Más allá de lo dudoso de esta proposición -el gusto por las historias puede tener múltiples causas, los best-sellers pueden ayudar a entender la época como objeto de estudio en sí más que por méritos propios, etc. -sí da cuenta de una característica fundamental de este tipo de libros. Si hay algo que se mantiene constante en la arquitectura del best-seller, es apoyar el andamiaje de la novela en la trama, típicamente un argumento de pulsión rápida y giros que apelen al suspenso y la emotividad. Por su parte, para escritores como el recientemente fallecido Manuel García Viñó, tal vez el más virulento crítico del establishment literario español, la despreocupación por los aspectos estéticos y filosóficos de la novela es señal de la decadencia del género y resultado de la necesidad capitalista de convertirla en un producto comerciable.
Frente al best-seller, tanto la academia como la crítica periodística han oscilado entre estos dos polos: un best-seller es bien recibido por el reseñador cuando cumple con la expectativa de una lectura «entretenida» y su argumento es lo suficientemente compulsivo. Asimismo, un best-seller falla para el crítico cuando su trama no logra compensar la falta de valores propiamente literarios y queda al desnudo como un simple producto de consumo.
(Más en la segunda parte)
(*) Si bien las obras de Pelley también pueden parecerles melodramáticas a un lector moderno, otra razón para que ya nadie lo recuerde como escritor se halla en su peculiar biografía. En los años 30, fundó un movimiento político llamado «Silver Legion» (Legión plateada) que apoyaba abiertamente a Hitler (sus miembros eran conocidos como los «camisas plateadas»). Tras ser juzgado por sedición, se dedicó al ocultismo hasta su muerte en 1965.