Sin gestos, sin palabras, sin llanto

GestosAcabo de leer una pequeña novela del autor chileno Herbert Müller titulada Sin gestos, sin palabras, sin llanto (1957). Antes me había topado con Müller en una antología de cuentistas de la Generación del 50 editada por Enrique Lafourcade. Titulada Antología del nuevo cuento chileno (1954), es una de tantas colecciones pretendidamente fundacionales que solían editarse en Chile para introducir a autores jóvenes y replantear la narrativa breve como si recién la estuviésemos descubriendo (la introducción del volumen, escrita por Lafourcade con el pomposo título de «Exordio», parte con la pregunta «¿Qué es un cuento?»). Entre los cuentistas figuran autores que se consagraron rápidamente como José Donoso, Guillermo Blanco y Jorge Edwards, nombres que han sido redescubiertos en los últimos años como Claudio Giaconi y Luis Alberto Heiremans, otros que en ese entonces tenían muy poca obra a su haber (Félix Emmerich, quien hoy es más conocido como Fernando Emmerich), y algunos que, al menos para mí, son descubrimientos como Müller.

Nacido en Viña del Mar en 1923,  Herbert Müller Puelma publicó los libros de relatos Perceval y otros cuentos (1956), La noche en casa (1959) y Ciertas leyes que rigen a los astros (1962), así como la novela ya mencionada. Es decir, su carrera literaria se concentra en ocho años y cuatro publicaciones que individualmente no superan las 70 páginas.  Pese a su relativa oscuridad y el escaso volumen de su obra, Müller gozó de reconocimiento incluso varias décadas después de «retirarse» del mundo literario. Ya en la antología de Lafourcade, el editor destaca «la pureza estilística y la claridad conceptual» de los cuentos de Müller así como «la respiración interior de su prosa», y augura que el autor, que entonces tenía 31 años, «será, a poco andar, uno de nuestros escritores de mayor significación y jerarquía». Ese mismo año, el poeta Gonzalo Rojas escribe en la revista Extremo Sur que los «cuentos de Herbert Müller y los poemas de Nicanor Parra son, sin duda, las dos altas cumbres de la expresión literaria chilena en 1954». Esta mención es particularmente honrosa si se considera que la obra que Parra publicó ese año es Poemas y antipoemas y Müller se encontraba a dos años de editar su primer libro.

Por esos años, el mismo Parra le reprocharía a Müller sus simpatías por el candidato presidencial de la derecha, Jorge Alessandri, en su poema «Noticiario 1957». Dice una de sus estrofas:

Enrique Lihn define posiciones
Perico Müller pacta con el diablo
Médicos abandonan hospitales
Se define la incógnita del trigo

Parra contrasta la postura política de Lihn con la de «Perico» (sobrenombre de Müller), quien radicalizó su posición con los años y se afilió al movimiento anticomunista Chile Libre, fundando en 1960 por el también alessandrista Eduardo Boetsch. En una entrevista publicada en 1963 en Ercilla, Enrique Lafourcade califica las actividades de Müller en Chile Libre como «lamentables».  Lafourcade, quien venía llegando a Chile tras pasar tres años como escritor residente en la Universidad de Iowa, se burla de la supuesta cercanía con los poderosos de Müller y hace un juego de palabras no muy creativo con algunos  títulos de sus cuentos: «Tratar de convencer a los dueños de fundo para que pasen ‘la noche en casa’, ‘sin gestos, sin palabras, sin lágrimas’, sometidos a ‘ciertas leyes que rigen los astros’, es tarea inútil y que no se cumplirá ni ‘a las doce y cuarto’«.

En la entrevista, que conduce el también escritor Juan-Augustín Palazuelos, se asegura que el activismo de Müller es «tema de actualidad entre los escritores» chilenos. En un comentario que más bien parece crítica, Palazuelos agrega que, según el propio Müller, sus obras han sido editadas por terceros, y que el escritor considera que su obra más importante es el material proselitista que Chile Libre distribuye en las zonas rurales del país.

PercevalEl nombre de Müller vuelve a aparecer en una crónica publicada hace unos años en El Mercurio acerca de la tradición de las «apuestas políticas» en Chile, donde famosos acordaban penitencias como, por ejemplo, zambullirse en la pileta de la Plaza Bulnes si su candidato predilecto perdía una elección. En ella se cuenta cómo, a raíz del triunfo de Jorge Alessandri en la elección presidencial de 1958, el poeta Eduardo Anguita, partidario de Eduardo Frei, tuvo que lustrarle los zapatos a Müller durante una semana.

Müller continuó con su activismo durante las elecciones presidenciales de 1970 y se ganó una predeciblemente negativa crónica en la revista Punto Final, publicada en julio de ese año. En ella se le describe como un «oscuro escritor de la generación del 50» (y dada su nula productividad literaria, tal vez a esas alturas sí fuera oscuro) que luego de trabajar como relacionador público de Nelson Rockefeller en Argentina ha llegado a Chile a sumarse a la campaña en contra de Salvador Allende.

En una crónica de Cristián Hunneus aparecida en la revista Hoy en septiembre de 1977 y titulada «¿Qué fue de los buenos muchachos?», el autor destaca a Müller como uno de los tantos escritores chilenos de calidad que hace años dejó de publicar. Hunneus menciona que a fines de la década del sesenta Müller trabajaba en Buenos Aires para una firma asesora de inversionistas norteamericanos. Si bien buena parte de los autores que enumera Hunneus también se fueron del país, el caso de Müller es interesante por ser quizás el único que no siguió vinculado a la actividad literaria.

¿Quién habrá sido este autor de nombre atípico (para Chile) y que abandonó una carrera promisoria – si es que dedicarse a la literatura es una opción promisoria – por los negocios y la política? A juzgar por su única novela, un escritor atormentado o que al menos podía describir los vaivenes de una mente convulsionada con precisión y lirismo. El narrador anónimo de Sin gestos, sin palabras, sin llanto ha abandonado una vida que es de suponer era más holgada y deambula por las zonas semirurales de afuera de la ciudad (¿Santiago?). Desde la primera página, dice: «Puedo seguir caminando sin rumbo, limitado por las hileras de alambre que a cada lado del camino indican la inviolabilidad de los predios. Seguiría, sí; el tiempo ha perdido su valor. No necesito volver, el transcurrir ya no me importa«. Su vida anterior es descrita como «los tiempos en que los problemas de los demás se sumaban a los míos» y para desligarse de la realidad su mente invocaba «el acordeón tremolante de una orquesta enigmática para protestar heroicamente la angustia que me exaltaba«.

En su andar se topa con una mujer con la que aparentemente tiene encuentros sexuales esporádicos, convive en una pensión con alguien que identifica como su «amigo» – con quien mantiene un «acuerdo tácito» de no indagar sobre su pasado- y parece lamentar el haber perdido una mujer a manos de otro individuo que alguna vez también fuera su amigo. Su ruptura con el pasado es total: «Al parecer soy indestructible. Cuando se ha perdido el sentido de las proporciones hasta el punto de alterarse porque la lavandera se nos atrasó con la ropa limpia o la Compañía deja de suministrarnos luz, entonces, todo está perdido. Las costumbres han ganado la batalla».

El narrador, una especie de Meursault que a ratos comunica sus emociones a través de una caótica corriente del pensamiento, es un personaje inusual en la literatura chilena, más dada, al menos en esos años, al realismo. Su desvarío me recordó al narrador anónimo de la colección de cuentos del autor estadounidense Denis Johnson, Hijo de Jesús (1992). En el último relato del libro, el personaje describe cómo una familia de un padre, una madre y un niño, le da un aventón en la carretera y termina sufriendo un accidente automovilístico. En una imprecación que puede ir dirigida tanto a la familia como a los mismos lectores, el narrador declama en la frase que concluye el relato: «Y ustedes, ustedes, gente ridícula, esperaban que yo les ayudase».

AntologíaEl personaje de Müller también adopta ese tono elegíaco al final del relato: «Si nos empinamos hacia adentro, ¿qué veremos? ¿Qué escuchamos?… Con asombro al principio, luego con tranquilidad, que nuestras opiniones son una frase interminable que comenzó en un balbuceo y se apagará en el «Amén» o en el sorprendido «¡Mamá!» que exhalarán nuestros labios desfallecientes». La novela parece concluir en un bar donde el personaje  espera que su orquesta interna vuelva a «tremolar heroica«, pero esta vez no para comunicarle angustia, sino para decirle que no puede desandar lo andado y que la ruptura con el mundo era su única opción. Y «esta vez, sin gestos, sin palabras, sin llanto, la escucharé decir: ‘¿Ves? Eso era todo’«.

Si bien el caso de Müller no es único en la literatura chilena, siempre es estimulante redescubrir a autores que alguna vez gozaron de éxito y hoy son olvidados, no necesariamente por la falta de méritos o la obsolescencia de su obra, sino por esa costumbre chilena (y quizás no solo chilena, pero que para estos efectos no vale la pena profundizar) de preservar lo mínimo, de refugiarse en mantras ridículos como que «en Chile hay muy pocos prosistas buenos» y de mirar hacia adelante como si el pasado nos diera miedo o, peor aún, tedio. En esa línea, más adelante me gustaría explorar la obra de otros autores chilenos olvidados y tan dispares entre sí como John Smith, Nicolás Mihovilovic, Camilo Pérez de Arce o Leoncio Guerrero. Pese a que la obra de algunos no ha  envejecido bien, en conjunto da cuenta de una vitalidad en nuestra literatura (y estoy consciente que hasta hablar de una literatura «nacional» hoy en día es considerado ingenuo) que ha sido ignorada más por flojera que por la dificultad para acceder a los distintos autores.

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4 respuestas a Sin gestos, sin palabras, sin llanto

  1. Martín Müller BIscar dijo:

    Sr. Baeza:

    Por una de esas casualidades de la vida mi hermana Kristin – residente en USA – descubrió gracias a Google su interesante articulo “Sin gestos, sin palabras, sin llanto” en el cual usted se refiere a Herbert Müller Puelma, nuestro querido padre.

    Durante toda su vida “Perico” fue un férreo y acérrimo antimarxista. Siendo empleado de la agencia de publicidad Storandt, Rausch y Silva le tocó participar como redactor creativo en la campaña presidencial de don Jorge Alessandri Rodríguez (1958), a quién conoció en la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa). Posteriormente participó en la campaña de Julio Durán Neumann (1964) y le tocó acompañarlo en un largo viaje por Europa y USA donde sostuvieron variadas conferencias de prensa y estrecharon valiosos contactos con importantes políticos, diplomáticos y empresarios en los países que visitaron. Finalmente, y gracias a la expresa solicitud de don Jorge, participó activamente en la campaña presidencial de 1970. Estas actividades en publicidad política le trajeron como consecuencia un rechazo y alejamiento de la comunidad literaria – en su mayoría de tendencias izquierdistas – y Darío Saint-Marie (“Volpone”), del diario Clarín, se mofaba de el públicamente tildándolo de “Pije criado con leche de tarro”.

    Fue simpatizante del movimiento apolítico Chile Libre, el cual estuvo constituido por un grupo
    de personas que rechazaban el comunismo, y con sus escritos contribuyó a combatir dicha corriente político-económica.

    A fines de 1965 fue contratado por The Council for Latin America (hoy en día Council of the Americas), creada ese mismo año por David Rockefeller. Dicha institución sin fines de lucro promueve la empresa privada, la libertad de comercio, los mercados abiertos, el desarrollo económico y social, y la democracia en las Américas y el Caribe. A esa fecha contaba con aproximadamente 120 empresas privadas estadounidenses con inversiones en las áreas geográficas mencionadas y hoy en día son más de 200. En sus congresos, foros, talleres, charlas y presentaciones han participado candidatos presidenciales, presidentes, parlamentarios, ministros, miembros de los bancos centrales y oficiales de gobierno de todas las corrientes y sin exclusión alguna.

    Su primer destino fue Panamá, donde residió junto a su recién formada nueva familia durante
    casi dos años. Hizo clases de Economía en la Universidad Santa María La Antigua y tuvo un programa de televisión en el cual entrevistaba a importantes personajes de dicho país. Luego fue trasladado a Buenos Aires (1968-1971), donde también tuvo un programa de televisión de similares características al anteriormente mencionado, siendo el representante para Argentina, Uruguay, Perú y Chile. Finalmente trabajó en la casa matriz ubicada en Nueva York hasta su renuncia voluntaria en 1973.

    Bajo el pseudónimo de Perceval hizo su contribución más importante para combatir la llegada del marxismo a Chile: “Ganó Allende”, escrito en el verano de 1964 en nuestra casa en El Arrayán. Esta es una obra de política ficción en la cual plantea como – desde el punto de vista estrictamente constitucional – Salvador Allende tenía todas las herramientas para convertir nuestro país al socialismo. El libro fue un rotundo éxito demandando varias ediciones y tanto los analistas, sociólogos y politólogos de la época concluyeron que había sido el gran detonante para impedir la victoria de Allende en esas elecciones.

    Si quiere saber más sobre la vida de “Perico” le recomiendo la lectura de “Desaparición de un amigo” escrita por Enrique Lafourcade y publicada en El Mercurio el 24 de Enero de 1995, a solo 11 días de su lamentable muerte.

    Atentamente,

    Martín Müller Biscar
    martin_muller@alumni.utexas.net
    martinmuller01@hotmail.com

  2. gbaezac dijo:

    Martín,

    Muchas gracias por tu comentario. Aporta valiosos datos acerca de la biografía de tu padre. Es una lástima que no haya publicado más cuentos o novelas. Voy a buscar el artículo de Enrique Lafourcade que mencionas.

    Saludos,

    Gonzalo

  3. gbaezac dijo:

    Grace Fuentes Cendoyya dice:

    Señor Baeza -no puedo menos que enviarle un comentario a su publicacion de «sin palabras, sin gestos, sin llanto» – novela del escritor de la Generacion del 50 Herbert Muller P.

    Sin duda debe usted descubrir la totalidad de la Generacion del 50 a la que pertenecieron varios otros escritores aparte de Donoso, Blanco y Lafourcade.

    Ahi estuvieron tambien Enrique Lhin ( El Hombre y su Sueño – La Pieza Oscura – Diez Cuentos de Bandiso ) Alejandro Jodorowsky y sus puiezas de teatro , Jaime Laso ( El Cepo ) Cladio Giaconi ( La Dificil Juventud ) Margarita Aguirre, Mario Espinoza, Armando Cassigoli ( Un recital Memorable, L. Alberto Heiremans y Herbert Muller, de quien va usted descubriendo su obra. No se puede hablar de redescubrir a Heiremans Medico Cirujano que colgo su titulo para dedicarse por completo a la literatura. Como no recordar El Abanderado, Versos de Ciego, El Tony Chico o Seres de un Dia y Puerta de Salida.

    Pocos de los jovenes de ese tiempo, en especial los estudiantes de la Universidad Catolica lo hayan olvidado.

    Fue caracteristica de la Generacion del 50 el escepticismo frente a la vida, a la literatura chilena y al omento de cambios profundos en la sociedad. No aceptaban como se planteaba la vida, querian transformarla, mejorarla. Radicalmente escepticos en lo politico, de diferecia en lo religioso y poetico con diferentes lineas en la expresion lieraria pero, sin duda, a la que la literatura chilena debe su definitivo ingreso a la contemporaneidad narrativa. Herbert Muller no ha sido un oscuro escritor de la Generacion del 50, pr decadas gozo del reconocimiento del mundo literario que resalto la pureza de su estilo y la calidad de sus conceptos no afectados por su «anticomunismo». Bien vale la pena conocer llo que usted llama » el escaso volumen de su obra»

    Atte.

    Grace Fuentes C.

  4. gbaezac dijo:

    Grace,

    Copié tu comentario (que habías puesto en otra página) bajo este post, que me parece más apropiado para la discusión. Hace muchos años que descubrí a la Generación del 50. Algunos de sus autores me gustan, otros no tanto. Cuando hablo de redescubrir a Heiremans no me refiero necesariamente a que sea un autor olvidado, sino a que su obra estuvo por muchos años sin reeditar. A mi juicio, el que algunas de sus obras de teatro se siguieran presentando no obsta a que por años Heiremans fuera un autor no leído por un gran público. Ello cambió a fines de la década pasada, cuando RIL Editores volvió a publicar casi la totalidad de su obra. Ello conllevó un redescubrimiento de Heiremans, especialmente como prosista, y la publicación de varios artículos en diarios. Tengo entendido que pronto otra editorial va a publicar sus cartas.

    Cuando me refiero al escaso volumen de la obra de Herbert Müller, solo constato el hecho de que publicó poco. Si pensara que su calidad es escasa, no habría escrito este post. Lo mismo ocurre con el dato de su anticomunismo, que menciono principalmente porque es de la poca información biográfica que pude conseguir cuando escribí lo anterior. Nota que la referencia al «oscuro escritor» no es mía, sino de una revista cuya inspiración ideológica es contraria a la de Herbert Müller (y por eso me refiero al artículo citado como una «predeciblemente negativa crónica»).

    Si bien la Generación del 50 fue renovadora, no iría tan lejos como para decir que Chile le debe su ingreso a la contemporaneidad narrativa. Ya en la Generación del 38 autores como Juan Emar habían dejado atrás el criollismo. Como él, hay muchos otros escritores anteriores a la década del 50 y que no caen bajo ninguna denominación generacional, cuya obra se aleja de las corrientes más anquilosadas de las letras chilenas de la primera mitad del siglo 20.

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